16 dic 2011

Daniel Santoro: “El peronismo es nuestro gran relato histórico”






Nora Iniesta y Daniel Santoro hablan de la recuperación de la iconografía peronista en el arte y explican los prejuicios que llevaron a su ausencia en el mundo de la cultura.

Por Victoria Linari
vlinari@miradasalsur.com

Parecen tiempos de auge del imaginario peronista. Después de años de alusiones, olvidos y exclusiones deliberadas, hoy distintos rincones de la cultura ponen en escena sus discursos, figuras, íconos y estereotipos. Desde las obras teatrales de Ricardo Bartís y Alejandro Tantanian, la literatura de Juan Diego Incardona y Carlos Godoy, hasta el fenómeno Capusotto e incluso el furor del movimiento de blogs peronistas.

Nora Iniesta y Daniel Santoro saben de qué se trata. Ellos son, podría decirse, la Eva y el Juan Domingo del arte argentino. Con obras que remiten a la infancia, la patria, los pizarrones escolares y las escarapelas, con materiales y técnicas simples como el collage, Iniesta se apropia de la imagen de Evita, buscando reconstruir los recuerdos y sensaciones de su propia infancia. Santoro, por su parte, recupera en sus obras la mayor parte de la iconografía de los primeros dos gobiernos peronistas. El descamisado, el auto justicialista, el guardapolvo blanco, la heladera Siam, la casita peronista, el Pulqui, son objetos privilegiados en sus pinturas que ayudan a reconstruir aquel mundo peronista.

“Por fin, después de muchos años, hay una apropiación legítima de Perón”, dice Santoro. “No desde lo estrictamente político ni desde cierta actitud militante. Su abordaje, antes que nada, implica el reconocimiento del peronismo como un fenómeno cultural y social que nos pertenece, del que podemos apropiarnos y que permite una síntesis para explicar cierta argentinidad.”

Los artistas coinciden en el carácter mutante del peronismo. Una capacidad de apropiación y una ductilidad que lo vuelven indestructible y, al mismo tiempo, complejo de entender. ¿Qué puede aportar el arte para develar el enigma de un fenómeno histórica e incansablemente explicado por politólogos, historiadores y sociólogos? “Sólo mayor confusión”, reconocen entre risas los artistas.

–¿Cuál es el desafío de dar forma a través del arte a los significados latentes y cambiantes que conforman al peronismo?

–Daniel Santoro: Hay un intento de apropiación de esa imagen. El peronismo se constituye desde hace muchos años como nuestro gran relato histórico. Esto lo decía Guillermo Saccomano. Tiene todos los componentes: a Eva, a las zonas oscuras como la Triple A o López Rega, y a la luminosidad como la tarea social. Eso es un gran relato histórico, la capacidad de ser abordado de distintas maneras y con juicios tan diversos. Para muchos es el castigo de la Argentina y para otros, la bendición. Esa posibilidad tan diversa es la que alimenta los distintos abordajes.

–¿Qué es lo que otorga vigencia al peronismo?

–Santoro: El peronismo tiene una plasticidad, una flexibilidad que permite hacer de él cualquier lectura. No expulsa a nadie, absorbe todo. Así, alimenta los grandes íconos universales y su imaginario social es como una especie de fábrica. Por ejemplo, la casita peronista es un chalecito californiano que no tiene nada que ver con nosotros, es el nivel de confort del suburbano de Los Ángeles. Sin embargo, acá se conforma como el nivel de confort peronista. Esa capacidad de apropiación es básica del peronismo, una especie de posta, no le hace asco a nada, nada lo contamina. Por tomar cosas del fascismo, no se vuelve más fascista, sino que simplemente se vuelve más peronista. Es una especie de imaginario político radioactivo: en vez de contaminarse, todo lo que se apropia se vuelve peronismo y no a la inversa. Eso ocurre incluso socialmente; la gente tiene que aclarar que no es peronista. Es difícil que uno aclare que es peronista.

–En este sentido, ¿ustedes sienten necesario aclarar los límites entre la militancia y el arte?

–Santoro: Lo debés aclarar, porque si no, el acercamiento al arte se da desde otro lugar. Para mí la política y la militancia son un componente. Pero yo no trabajo el peronismo desde el punto de vista de la política, sino desde cierta visión de la cultura. El peronismo funciona como un gran relato histórico. Y, de última, el tema siempre es una excusa.

–Nora Iniesta: Siempre es una excusa. Yo no vengo de una familia peronista, pero sí se basa toda mi iconografía en mi propia infancia. Porque Evita era una persona tan querida como odiada y yo desde mis tres, cuatro años empecé a sentir una cierta curiosidad, y tengo una mirada con gran afecto a alguien que muere tan joven y que de algún modo tuvo una trinchera bastante interesante que es ayudar y apoyar a la niñez y a la tercera edad, dos cosas que aún hoy siguen estando completamente olvidadas y desprotegidas.

–Hay cierta ausencia del peronismo en el arte argentino. ¿Por qué creen que gran cantidad de artistas lo excluyeron de su repertorio?

–Iniesta: Creo que es una cuestión de prejuicios. Mi interés surge más espontáneamente, por mi propia infancia, el contacto con Evita. Pero el prejuicio está también en el público. En mi muestra Evita maestra recorre el país, que son como cuadros cinematográficos en los que, a través del collage, recreo distintos paisajes que corresponden a su vida, muchas veces escuchaba a la gente decir: “¿Evita maestra?, ¿maestra de qué?” o cosas así. El arte político se castiga menos si está relacionado con la izquierda, pero hay mucho más prejuicio si está vinculado con el peronismo.

–Santoro: Sí, hay mucho de prejuicio, de racismo, sobre todo en el arte. El arte no lo quiso apropiar hasta hace pocos años. Era un abordaje imposible. En el mundo de la plástica, el peronismo no entraba, era un lugar oscuro al que nadie quería acercarse. Hubo por supuesto artistas como Carlos Gorriarena o Nicolás García Uriburu que hicieron cosas pero no metiéndose intensivamente. La cuestión está sobre todo en la incapacidad de apropiación de nuestro mundo de la cultura. Siempre se prefirió al arte político entendido como arte de izquierda. Si estabas cercano al PC tenías como una garantía de que estabas en el arte político. Pero el peronismo no calificaba.
Una forma de huir del peronismo era decir que tenía una estética fascista. Yo por eso en muchos cuadros ironizo con eso, satirizo, cargo los cuadros para que eso explote un poco. Es una operación como de autolimpieza. Hay un pibe que tiene un blog que se llama Anarkoperonismo, que dice que es mucho más provocador cantar la marcha peronista que cantar la Internacional. La Internacional tiene una aprobación que le da hasta cierto glamour. En cambio, el peronismo no cierra por ningún lado, es la negritud.

–Es darle visibilidad a los gronchos, digamos.

–Santoro: Exactamente. Y eso, desde el punto de vista de la cultura, no es posible. Con el negro étnico está todo bárbaro, pero el cabeza no tiene visibilidad de ningún tipo. Este tema de los morochos, y del cabeza fundamentalmente, es el tema civilización y barbarie. Por eso La vuelta del malón, es un cuadro que emblematiza ese instante en que se termina la barbarie y aparece la civilización. Roca construye un desierto, un terreno civilizado. Y de golpe irrumpen estos cabezas, estos descendientes de los indios, estos mestizos que parecía que estaban desaparecidos. La vuelta del malón, la verdadera y que podríamos decir definitiva, fue el 17 de octubre. Y cuando los ven venir, como (Ernesto) Sanmartino, el diputado radical, dicen que viene un aluvión zoológico. Por eso en el cuadro yo pongo al centauro, para representar esa supuesta animalidad irreductible de esta gente que reaparece nuevamente y que funda el peronismo.

–¿El peronismo es una forma de vuelta del malón?

–Santoro: Claro, los indios del malón son protoperonistas si se quiere, incluso ya quemaban iglesias. En mi cuadro, por ejemplo, están llevándose a Victoria Ocampo que es otro malón en la cultura. El peronismo es un lugar no homologable de la cultura. Entonces volvemos a la pregunta de por qué el peronismo no aparece en el arte. Porque es tan temido como son temidos los malones. Nos vienen a sacar toda nuestra cultura europea, tenemos un palacete racionalista y francés, somos cultos y no necesitamos de estos salvajes que vaya uno a saber qué malas noticias nos traen de la oscuridad de La Pampa. Siempre lo que hay en el mundo de la cultura es un lugar no homologable, que nosotros ya tenemos, somos cultura occidental. Entonces, no queremos que nos sumerjan en ese mundo latinoamericano que no merecemos, porque nosotros en realidad venimos de los inmigrantes europeos y no tenemos nada que ver con estos negros peruanos, paraguayos.

–Por eso sigue siendo tan grande el racismo que hay en el país.

–Santoro: Exactamente. Y por eso Argentina no califica como país latinoamericano culturalmente. Podés hablar de México, Colombia, Brasil y hasta de Uruguay, pero Argentina no. Es un quilombo nuestro porque no terminan de juntarse nuestros mundos, no se metabolizan. Todos los países han traído a Europa pero han hecho una metabolización y surgen culturas locales definidas. Nuestra cultura local siempre está desbalanceándose, y debatiendo en esa vieja consigna sarmientina de civilización y barbarie.

–Iniesta: Dirás civilización o barbarie.

–Santoro: Pero son las dos cosas. El peronismo es un mensajero de la barbarie y un agente civilizador, también. Funciona como en una interfase. Entonces, según como lo veas, es el gran constructor de escuelas, y sin embargo es mensajero de la barbarie también. Por eso es fuente de debate. El eje central es el racismo ramplón pero inconfesable, porque acá parece que nadie es fascista. Somos todos superevolucionados.

–Sin embargo, basta con prender la tele y ver la cobertura periodística de una marcha piquetera para pensar lo contrario.

–Santoro: Claro. Siempre hay algo salvaje, hay violencia, y el lenguaje se liga a eso. En cambio, una marcha de rubios nunca tiene ese problema. El antiperonismo está más vivo que el peronismo. Ese peronismo que generó el antiperonismo ya murió hace rato, se ha mutado infinitamente, es un dato histórico nada más. Sin embargo, el antiperonismo que se generó sigue vigente tal cual, no ha variado en absolutamente nada.

–¿Ese antiperonismo está vigente en la política, en la sociedad y también en el arte?

–Santoro: En el mundo del arte o del coleccionismo no tiene el mismo efecto. Hay muchos antiperonistas que compran cuadros de ella o míos. No sé cómo funciona, hay otra lectura de nuestras obras. Mi obra fue vista por algunas revistas internacionales y eso a los coleccionistas les llama la atención, lo entienden como una homologación externa, porque afuera no está el prejuicio que hay aquí.

–Iniesta: Porque está reconocido internacionalmente. Evita y Perón son Argentina. No hay otro movimiento histórico que pueda homologarse al peronismo.

–Santoro: Claro, si vos hablás de peronismo, hablás de Argentina. Afuera, el peronismo es visto como un producto cultural argentino y no solamente político. Es como el fútbol y el tango.

–¿Creen que desde el arte se puede hacer un aporte a la política y a la construcción de un imaginario nacional?

–Iniesta: No deliberadamente, pero creo que uno lo que siempre intenta es aportar a esa construcción.

–Santoro: Particularmente, como propuesta conceptual, quiero que mi obra se incorpore al imaginario político del peronismo. No tengo propiedad de las imágenes ni exijo algo a cambio, sino que simplemente estén ahí, como el escudo justicialista. Algunas cosas se van incorporando al imaginario, como el descamisado gigante, pero es difícil una acción directa sobre la política. No lo lograron los rusos ni los chinos. El arte camina por otro lado, podría no existir y no pasaría nada.

Miradas al Sur

Web de Daniel Santoro: http://www.danielsantoro.com.ar

27 oct 2011

Si lo vieras, flaco

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Cómo me gustaría que lo vieras, flaco. Los miles y miles de jóvenes bailando y cantando en la plaza que más te gustaba. Nuestra plaza. La increíble avalancha de votos a Cristina. Tu nombre florecido en cada boca, sostenido en cada V de la victoria. Dibujado en cada inocente cartulina azul con letras blancas. Pintado en las alegres banderas de los pibes de la militancia, esa que nació con vos, porque no les mentiste, porque no los convocaste con palabras vacías sino con la fuerza y la pureza de los hechos verdaderos.

Cómo me gustaría, flaco, que vieras las caras de los Hijos, los ojos de las Madres, la satisfacción de un pueblo después de la condena a los asesinos de la ESMA. Tuvieron un juicio, pudieron defenderse y aunque pasaron 30 años no importa flaco, ya está, se hizo justicia como vos querías. Como todos queríamos.

Cómo me gustaría, flaco querido, después de un año de no verte, después de tantas lágrimas y tanto dolor, que la vieras a Cristina. Un cuadrazo. Reelegida con el 54% de los votos. No lo creerías. O sí, qué se yo. Seguro que estarías contento como todos nosotros. Porque la amabas y admirabas desde mucho antes que la empiecen a amar y admirar millones.

Soy un ateo de mierda, flaco, no creo ni ahí en dioses y otras vidas, pero con vos voy a hacer una excepción. Me gustaría creer que estás en algún lado, flaco. Que nos estás mirando, que estás feliz por lo que está pasando, que estás entre nosotros. Que te acercás con una sonrisa jubilosa y abriendo de par en par tus brazos compañeros me mirás y abrazás, justo a mí, que soy un don nadie, y me decís cerquita de la oreja no me morí, vivo en el pueblo, la puta madre que te parió.

11 ago 2011

Sobre la inconveniencia de ser montonero

Sí, ya lo sé. Los que venimos de los glamorosos y nunca bien ponderados setenta cada vez somos menos en las marchas, no por la edad sino por los achaques, usted sabe. Achaques de conciencia, digo. Usted sabrá, habrá leído, que los peronistas llamados de izquierda no eramos peronistas-peronistas de Perón y Evita -que es lo mismo que decir ortodoxos en terminología setentista- sino marxistas disfrazados, zurdos de mierda a quien Perón echó de plaza el 1º de mayo de 1974, para seguir con la desbordada y extravagante terminología setentista.

Luego de aquel raje histórico la Triple A salió de urgente cacería y los que no fuimos emboscados por los esbirros de López Rega e Isabel, nos persiguó, torturó y aniquiló después la dictadura. En realidad, en comparación con otras generaciones, los que podrían haberse transformado en potenciales dirigentes políticos están en su mayoría muertos. Quedamos, entre otros, las segundas y terceras líneas de las organizaciones político-militares, los militantes perejiles y un vasto sector de adherentes y simpatizantes no encuadrados, amén de una gran mayoría de honestos congéneres que pasan por la vida sin mayor compromiso que su realización personal. La dirigencia y los principales cuadros de las organizaciones armadas, salvo ¿honrosas o deshonrosas? excepciones, no sobrevivieron a la orgía de sangre desatada en nombre de los eternos y sacros valores occidentales y cristianos.

Néstor Kichner perteneció a ese sector vastísimo y un poco anónimo de militantes setentistas que podían contarse por miles y miles. Adhirió a un desprendimiento de la Juventud Universitaria Peronista (organización estudiantil subsumida en un conglomerado mayor de organizaciones sociales y agrupaciones de militantes llamado Tendencia Revolucionaria) que se llamó JP Lealtad, justamente para ser leales a Perón después de su regreso, abandonando definitivamente la reivindicación de la lucha armada. La JP Lealtad no tuvo nada que ver con organizaciones de la derecha pura peronista como el Comando de Organización (CDO) o la Concentración Nacional Universitaria (CNU), estas sí identificadas con la más rancia derecha peronista, de yapa nacionalistas y anticomunistas hasta la medula, pegaditas nomás a la ilegal y clandestina Triple A. No, la JP Lealtad reivindicaba las luchas populares y el común horizonte de la patria socialista, pero bajo la conducción de Perón, no de Montoneros.

Para decirlo sin ambages: Kirchner nunca fue montonero, perteneció a la JP y la JUP, una de las grandes estructuras de la Tendencia Revolucionaria liderada por Montoneros, como millones de estudiantes. Luego, presumiblemente a partir de 1973, adhirió a la Lealtad. Aunque hay pocos registros de la época sobre la JP Lealtad el nombre de Néstor Kirchner no era conocido. El resto ya es historia, se recibió y se fue al sur junto a Cristina a ejercer su prefesión de abogado.

¿A cuenta de qué durante tantos años los medios tradicionales, no pocos escritores, periodistas e intelectuales, y un montón de nabos, se han esforzado por dejar pegado a Kirchner con Montoneros? La respuesta es muy fácil: descalificarlo y demonizarlo por carácter transitivo. Por alguna razón se instaló en el imaginario colectivo un malentendido que no termina nunca de resolverse, y creemos que difícilmente lo haga algún día, y Kirchner tampoco colaboró por aclarar el malentendido. Hubiera bastado un simple y contundente "Nunca fui montonero". En cambio fueron amplias, explícitas y persistentes las referencias a "una generación diezmada que tenía sueños". Pero, sobre todo los medios, identifican generación setentista con montoneros, siendo que no todas los personas de aquella generación, politizada al mango, fueron militantes, menos revolucionarios, y mucho menos combatientes armados. Incluso hay gente que gusta considerarse continuadora de los lineamientos políticos de Montoneros -no los metodológicos, obvio, porque ahora queda mal- que se encarga de asegurar con vehemencia a quien quiera escucharlos, que Kirchner nunca fue montonero de verdad. Como si hiciera falta. Tampoco faltan quienes le reprochan a Kirchner la traición a los principios revolucionarios de los setenta o, como el escritor Martín Caparrós, el uso indebido, oportunista y malévolo de la memoria. En fin, hay de todo en la viña del Señor.

La estigmatización de montonero es algo que la figura histórica de Kirchner compartirá a nivel de imaginario social con el estigma de fascista del que no pudo desprenderse Perón, aunque la historia y los historiadores digan y aseguren lo contrario. Una de las tantas construcciones intelectuales hecha carne en lo colectivo y difícil de desmentir y deconstruir, aunque se tengan todas las pruebas en la mano. Por un decir el raje de la plaza aquel memorable 1º de mayo de 1974, que no fue expulsión sino el abandono del espacio por parte una inmensa mayoría de jovenes de la Tendencia (la tercera parte de la plaza, según las filmaciones de la época), un desplante de significación histórica totalmente opuesta a la consolidada construcción de la expulsión. Vicky Walsh, y muchos otros guerrileros montoneros, expusieron en el último instante de su vida la persistencia de un sentido de fatalidad y trascendencia, que quizás como ningún otro, atraviesa de punta a punta el espíritu de la generación militante de los setenta: "Ustedes no nos matan, nosotros preferimos morir". Lo mismo, salvando las distancias, ocurrió en Plaza de Mayo el día de la ira: Usted, general, no nos echa, nosotros nos vamos. Pero vaya usted a tratar de desarmar el entramado de una construcción colectiva de décadas. Difícil.

Leer la realidad política actual desde la mirada de la bienaventuranza setentista puede resultar interesante para promulgar acertos nostalgiosos y testimonios con moraleja, pero a esta altura del partido algunos estamos hartos del narcisismo perdonador del "yo lo viví" como de la soberbia maquillada del "¿a mí me lo vas a contar?" Lo mismo vale para lo inverso: desgarrarse las vestiduras desde el presente por unos tiritos más o unos tiritos menos disparados en el rincón oscuro de una época donde la vida -la de los unos y los otros- no valía un reverendo comino y los valores morales compartidos eran totalmente diferentes a los de una democracia pluralista, tolerante y participativa. Por un decir, un editorial de la revista católica Criterio, vocero no ofical de la Iglesia Catolica, después de los hechos de Monte Chingolo resaltaba textualmente en enero de 1976: "... Es posible decir que el saldo impresionante (…) del episodio de Monte Chingolo, produjo en muchos un sentimiento de alivio: cien muertos son cien enemigos menos, y si fueron más mejor, cualquiera haya sido la manera de su muerte". En fin.

Volviendo a las miradas: No es que nuestras convicciones y creencias setentistas no hayan sido buenas o estuvieran equivocadas, simplemente no sirvieron para los fines previstos en el proyecto político: no se pudo hacer la soñada revolución socialista por la vía de las armas. Y, de yapa. en el interín abundó el despreció por la democtacia y el Estado de derecho que, como diría Capusotto, tanta falta hacen en estas tierras. Queríamos la patria socialista, el escarmiento fue tremendo, y hasta perdimos esa cosa fofa, sosa y desabrida -para los ojos de entonces- llamada democracia.

Es lo que los montoneros tardíos y neo montoneros le enrostran a Kirchner desde el despecho: nuestro sueño era la patria socialista, no una buena gestión de gobierno ni algunos logros populistas. Es como pedirle a un político del año 2000 que haga la revolución que no pudo hacer toda una generación en los 70. Demasiado. El kirchnerismo no es la Tendencia. Es lo que es, y condice con lo mejor del peronismo, al fin y al cabo el Tío Cámpora tampoco estaba caminando hacia, ni insinuando, la patria socialista, más allá de lo declamatorio: su norte era la lealtad hacia Perón, quien cuando habla de socialismo alude a la sinonimia con justicia social y no a un socialismo de corte marxista. Algo tan simple y banal, pero ideológicamente complejo, que ha merecido el aporte de las mentes más brillantes del campo intelectual nacional y popular como Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos, para no ir más lejos.

Concretar desde la acción de gobierno algunos logros del ideario del peronismo clásico como la redistribución de ingreso es ya de por sí revolucionario. Si a ello de le suma la reivindicación de las luchas de la generación del 70 y el juicio y castigo a los culpables del genocidio, francamente, por ahora, nos damos por satisfechos. Si queremos algo más no tenemos ningún derecho a exigírselo al kircherismo o a Cristina que nunca prometió abrir las anchas avenidas para avanzar hacia la revolución social. Si queremos algo más de lo que ofrece el kirchnerismo lo debemos hacer nosotros, desde el reclamo, la organización y la lucha. Claro, si es que nos da el cuero.


27 jun 2011

El fútbol duele

Como en el cuento El orgullo de ser calamar de Eduardo Sacheri el pibe estaba ahí. A las seis y cuarto de la tarde. Sentado solito en el mármol de un umbral de una casa vieja, tan frío como su alma, con la camiseta de River. Tantas veces he visto esa mirada. Ese fijarse en un punto en el espacio que no está más allá ni más acá, sino exactamente en el corazón de un dolor irremediable. Un dolor, como diría César Vallejo, al que le falta espalda para anochecer tanto como le sobra pecho para amanecer. Un dolor que duele solamente. Voy con mi docena de churros calentitos para el mate y las palabras, para hablar con mi cuñado, saludar a los vecinos bosteros y cagarnos de risa, atender el teléfono y escuchar los chistes pelotudos de los amigos, todos bosteros, los novísimos ¿sabés como le dicen ahora a las gallinas? y todas las gracias y todas las desgracias. Pude haberle dicho al pasar, pibe, es solo un juego. Pude decirle como quien se compadece, no te preocupés, van a volver. Pude sentarme a su lado y compartir un ratito el silencio, como Job el bíblico, después de siete años de penurias. Pude quizás darle un abrazo. Pero no. Ni lo conozco al pibe, no sé si es del barrio y aparte me voy a preocupar, quién carajo soy yo, ¿la madre Teresa de Calcuta? A ver si me toma por un trolo. A ver si me tengo que andar metiendo en lo que no me importa ni es tan importante. Después de todo Borges decía que el fútbol son once jugadores corriendo contra otros once atrás de una pelota. Al final si fuera al revés ellos se estarían cagando de risa y nos estarían gastando. Que se jodan las gallinas, me dije. O me escuché que dije. Me voy a comer unos ricos churros y ver en la tele como estos malos perdedores están destruyendo su propio estadio, me repetí dos veces, para convencerme de lo que no estaba convencido. Son las doce de la noche ahora. No me puedo sacar de la cabeza esa mirada. Los churros que me tocaban todavía siguen ahí. Borges, el maestro de laberintos, eternidades y espejos, no pudo entenderlo, el fútbol duele.

3 may 2011

Viva la muerte


Entendemos perfectamente la felicidad que embarga vuestros corazones.

Entendemos perfectamente que les aflore un dulce sentimiento de venganza satisfecha, por cierto no deseado.

Entendemos perfectamente que crean fervientemente que el dios misericordioso en el que tienen fe se solaza y alegra por la muerte de su enemigo.

Entendemos perfectamente que se sientan dueños y señores de la verdad, la justicia, los países, las esperanzas, el futuro, en fin, de todo cuanto existe sobre la faz del mundo.

Lo que pedimos la gente civilizada es un poco de recato y sobriedad.

Solo eso.

Imagen: Manifestantes estadounidenses festejan la muerte de Osama Bin Laden el 2 de mayo de 2011.

26 abr 2011

El poeta que amaba a las mujeres

"Yo no entiendo el mundo sin mujeres. Yo no creo en la vida eterna: para mí la vida eterna es la mujer. Siempre estoy peleando porque haya una mujer al lado mío, no importa que perturbe".
Gonzalo Rojas

Cuanto más bello sería este mundo si los escritores y poetas, después de escribir, cerraran sus bocazas. Estos días tuve ganas de tirar a la mierda Conversación en la catedral y La guerra del fin del mundo. Pero no. No iré a privarme del arte que produjo admirablemente Vargas Llosa solo porque se ha convertido políticamente en un despreciable y energúmeno liberalote. Aparte esos libros costaron sus buenos mangos.

Recuerdo una noche larga de doblar papeles, de mate lavado, de diálogos intrascendentes para matar el tiempo en una unidad básica alegre y bulliciosa, hace ya tanto tiempo. Agotadas las inflamadas discusiones políticas y la pizza, se sabe que vienen las aburridas conversas sobre bueyes perdidos. Y todavía después, cuando también se acabaron los cigarrillos y la yerba, el difícil tiempo de oquedades, que cuando uno es joven y jodón llena con pelotudos cuentos a la madrugada.

El compañero trataba de convencerme de la gorilez de Borges y que por eso él no iba a leer jamás un libro suyo. No había leído una sola línea del maestro, un sola, pero lo había desterrado de su vida porque era gorila. Claro, tampoco había leído a Walsh, Costantini, Moravia, ni tampoco a Vargas Llosa, que para entonces apoyaba la revolución cubana. Me pareció un mal chiste, dado que era un estudiante. Creí que yo era un peronista raro, hasta que escuché a Dolina, muchos años después, hablar de su admiración por Borges.

No podemos dejarle toda la cultura para la oligarquía, creo que pensé ese día, aquella noche. No podemos permitir que nos expropien alegremente el arte. No podemos encerrarnos como el caracol en la calidez de una endogamia pobrecita y mezquina. Tal vez la definición más acertada del rol del escritor revolucionario la dió Haroldo Conti: lo único que podemos hacer los escritores es agregarle más belleza a este mundo, y en eso tenemos que ser mejores que ellos.

Ha muerto el poeta chileno Gonzalo Rojas, quien conoció a César Vallejo y odió estúpidamente a Pablo Neruda. Su biografía la encontrarán en oportunas notas con olor a muerte. Raro en Rojas, que era alguien que amaba tanto a la vida. A las mujeres. Sobre todo a las mujeres. Será por eso que me conmueve tanto.

Horacio Sacco, 25 de abril de 2011.


Cítara mía, hermosa...

Cítara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas la cuerdas,
para que el mismo Dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.


Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas...

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.


A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro

Bésense en la boca, lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.


Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
Por que ella sale y entra como una bala loca,
Y abre mis parietales y nunca cicatriza,
Así sople el verano o el invierno,
Así viva feliz sentado sobre el triunfo
Y el estomago lleno, como un cóndor saciado,
Así padezca el látigo del hambre,
así me acueste
O me levante, y me hunda de cabeza en el día
Como una piedra bajo la corriente cambiante.

Así toque mi citara para engañarme, así
Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas,
Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
Unas sobre otras hasta consumirse.

Juro que ella perdura porque ella sale y entra
Como una bala loca,
Me sigue a donde voy y me sirve de hada.


El fornicio

Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tacara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis... ¿Qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?

Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar las esferas
estallantes como Pitágoras,
te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
para el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!

29 mar 2011

Hoy me sentí un hijo de puta


Venía en el 60, de Belgrano a Congreso. Ya se sabe, es un colectivo bárbaro, aunque algunos que nunca faltan lo critiquen airadamente y digan cosas irreproducibles en las mesas de café, en la entrada de la cancha o en las crispadas colas de las paradas. Digan lo que digan viene uno atrás de otro, están bastante limpios y cuando el tránsito lo permite van a los santos pedos. El único problema es cuando viene lleno.

Venía sentado por el medio, en el asiento del pasillo. Al lado mío había una señora leyendo. Bah, una vieja, quizás algo mayorcita que mis cincuenta largos, bastante largos. He llegado a esa etapa de la vida en que uno se reconoce sin tapujos viejo verde que no quiere desprenderse de la maña de mirar mujeres. Bah, mujeres no, chicas. Es que a cierta edad las jovenes se vuelven cada vez más apetecibles. Tal vez, seguramente, por ser imposibles para uno. Todo el mundo sabe que lo imposible acrecienta el deseo al infinito. La imposibilidad empuja al objeto del deseo a un horizonte cada vez más lejano, pero allí mora a sus anchas el único y último recurso que ya nadie puede arrebatarnos, al menos mientras podamos ver: la contemplación. Es curioso, pero los bebés recién nacidos practican ese pasatiempo, mirar, contemplar, una manera de beberse el mundo, de atrapar las cosas, aunque no se sepa bien qué son ni para qué sirven. Curioso, el comienzo y el final siempre van de la mano.

Ella era hermosa, bellísima. Apenas pude verla, pese a mi corta vista, como un sol amanecido entre una revoltijo de cuerpos en desórden, tratando de ganar algún lugarcito en el pasillo. El partido autoritario de los colectiveros, en campaña permanente, repite con voz de trueno hasta el cansancio el clásico y conocido eslógan: en el fondo hay lugar. Puedo dar fe por mi larga trayectoria como fiel pasajero que es una mentira amañada y aberrante. Creo que existe una especie de confabulación colectiva de los colectiveros -perdón por la redundancia y la cacofonía- para engatusar a los crédulos pasajeros. Tal vez lo hacen para demostrar su omnímodo y corrupto poder, vaya uno a saber.

Decía que era bella, pero como en el fondo no había lugar se quedó pegada a la máquina de sacar boleto. Entre la multitud apenas podía ver su cabeza de espaldas. Si me disculpan el lugar común destacaba como un lirio blanco y puro en medio del barro fétido y oscuro. O será que la quise ver así, andá a saber. Le ví fugazmente el pelo, lacio, largo, descendiendo como cascada dorada y chispeante sobre sus hombros. Ví en un desliz unos dulces ojos almendrados, apenitas, como en una escena rapidísima de videoclip, cuando giró un poquito la cabeza. Ví la piel traslúcida y turgente de su cuello larguísimo y perfecto. Se me dió que cerquita debía oler como a jazmín, o a madreselva, no sé por qué. Me ví a mí mismo como animal en celo acorralado, atrapado y abombado por un tsunami de belleza sin fin. Ahogado en un espasmo de erotismo que se veía venir a paso redoblado. Prisionero de sus ojos imaginados, apresado en la turbulencia de las ganas insaciables de ver, de verla. Imaginarla en otro espacio electrizaba el aire que me rodeaba. La vieja de al lado me miró de soslayo, preocupada, como si adivinara y no aprobara mi fuego interior. Quizás fue mejor así, no verla entera. La mirada erótica no es mirar lo obvio y pornográfico de una media res colgada de un gancho, sino vislumbrar la mezquina partecita que sugiere con voz susurrante que todo lo que nos falta ver será tan maravilloso como seamos capaces de imaginarlo.

Eso, todo lo demás, ya se sabe, está hecho con la argamasa de la fantasía. Lo que se escamotea a la mirada resplandece como una hoguera en la pradera de la imaginación. Armamos nuestro objeto de deseo con la materia inasible y lejana del anhelo de lo que nunca fue. De lo que nunca será.

¡Ah, sin embargo!

Ella pudo al fin zafar del apelotamiento de gente que la rodeaba, y se acercaba a mí. Hubiera dado un brazo si tan solo pudiera decirle empalagosamente a sus oídos con la impudicia de Marlon Brando a Romy Schneider en El último tango en París: Sos-la-mujer-más-hermosa-del-mundo. Un brazo para tenerla quince minutos para mí solo. Es curioso el tema de la posesión cuando arde el amor. O cuando arde el deseo. Siempre me pareció genial aquello de Groucho Marx: ¿Por qué dicen amor cuando quieren decir sexo? Hubiera dado también el otro brazo si tan solo pudiera rozar su pelo con mis labios, ya que a esta altura, recuérdese, carecería de brazos. O simplemente, vestida de blanco como un ángel, acariciarla solo con la mirada, de la puntita del dedito chiquito del pie hasta la nuca. Es curioso como el amor, o la calentura, lo vuelve pelotudo a uno, y empieza a decir cursilerías atiborradas de diminutivos. Podría tardar siglos en recorrerla con los ojos. O, ya que estamos, también sería bueno contemplarla desnudita bajo la luz de una luna de abril en Portugal, como aquella remotísima canción. Y que nadie más que yo pudiera verla. Ni siquiera la había visto entera y me carcomían los celos.

Ella al final hizo un zigzag entre la gente, se acercó como pudo y para mi asombro y deleite se paró justo al lado mío. Yo ardía, pero bajo ningún concepto iba a levantar la cabeza y mirarla directamente a los ojos, que intuía diáfanos y adorables. Iba a ser muy evidente, eso lo dejaba para el postre, antes de bajar. Apoyó su mano pequeña en el pasamanos. De refilón pude ver una pollera azul marino hasta las rodillas, unos zapatones negros sin lustrar y medias tres cuartos. Su mano, con las uñas comidas, olía salvajemente a mandarinas.

¡Una mujer adulta con todas las letras debe oler a perfume francés, a jabón de tocador o a nada, jamás a mandarinas, viejo choto con vocación de pedófilo!, me gritó severamente el Superyó, que estaba haciendo horas extras en mi teatro interior, mientras me zamarreaba con suprema violencia. Y esta vez tenía razón. Ella era apenas una niña, crecidita eso sí, pero una niña que come mandarinas por la calle.

Me sentí tan, pero tan viejo verde hijo de puta que no pude soportar el peso de mi propia vergüenza. Podría achacarle la culpa al 60 que venía repleto y a mis ojos gastados. Pero no. Me levanté para que la mocosa, que podría ser no solo mi hija sino también mi nieta, se sentara. Ni siquiera atiné a mirar sus ojos. Me fui con la cabeza gacha como perro avergonzado que rompió el jarrón y se raja a esconderse con la cola entre las patas.

En el fondo, efectivamente, había lugar.

Marzo 2011

17 mar 2011

Carlitos

-¿Cuánto tiempo pasó Horacio, 30, 35?
-Más Carlitos, pasaron más de 40 años, tendríamos siete, ocho años y ahora yo tengo cincuenta y cinco, ¿y vos?
-54, los cumplí en febrero.
-Así que un almacén, ¡pero qué bien!, ¿camina?
-Más o menos, el barrio no dá para mucho, ¿te acordás Horacio cuando éramos pibes, del Laucha, del Cholo? ¡qué lindo era aquel barrio!

La cosa venía para largo pero yo no tenía ni el tiempo ni el ánimo necesario. Volvía a Buenos Aires después de un viaje relámpago a un pueblo vaciado de ternura debido a la irremediable enfermedad de mi vieja: la vejez. Una vejez mezquina de recuerdos y repleta de psicofármacos, pañales descartables y olvidos.

Carlitos era un as para la tapadita con las figuritas y tenía bastante puntería con la honda, allá hacia fines de los cincuenta, en un pueblo dormido a la sombra de gigantescos y olorosos eucaliptus en la llanura bonaerense, mullidos en una infancia de fusiladores y frondizis que habitan la enorme radio de madera barnizada que estaba en la cocina, pero para nosotros existía solo el montecito de acacias, barriletes, ciruelos en flor, bolitas lecheras, bicicletas, pilas de patoruzitos, la bulliciosa estación de trenes que levantó el sorete de Menem y un cielo limpio de infinitas estrellas. Eramos compinches, compañeros de juegos, evasores de siestas, avezados buscadores de moras y eximios cazadores de ranas. No había necesidad de palabras entre nosotros. Sabíamos certeramente si era buen momento para robar naranjas, hacer un cabeza con pelota de goma, cazar palomas monteras o volver a casa a tomar la leche.

Pero el tiempo es terrible. Jamás hubiera imaginado que Carlitos, que soñaba conocer el mundo, iba a terminar al frente de un pequeño y magro almacén con latas de tomates en oferta. Lo hubiera imaginado con cierta naturalidad como agente secreto a lomo de camello en el desierto de Gobi; botánico prestigioso a la sombra de un gigantesco bao-bao en la isla de Madagascar o quizás guerrillero camuflado de vendedor de baratijas en una calle ruidosa de Bombay. Tal era su afán -nuestro afán- de correrías y aventuras.

-Te acordás cuando queríamos recorrer el mundo en un auto Ford?
-Sí -le respondí- lo contábamos en la murga del corsito de la tarde: "Con cuatro fierros locos hicimos un auto Ford, recorrimos todo el mundo sin rueda y sin motor, pasamos por el corso tirando serpentina, y ahora que nos vamos queremos la propina"

-¡Cómo te acordás! Y vos a qué te dedicás Horacio?

Me habría gustado decirle que trabajo para una importante petrolera internacional, vengo de las heladas nieves de Alaska y me voy a las sofocantes arenas del Sudán, es tremendo Carlitos, no hay salud que aguante, pero así es mi vida. O que me dedico a la búsqueda científica de vida extraterrestre, no digás nada, pero trabajo en secreto para la Nasa. O que soy egiptólogo y me llamaron urgente desde El Cairo porque descubrieron unos jeroglíficos rarísimos que solo yo puedo descifrar. O que soy cantor de tangos en fondas de mala muerte donde me pagan con un plato de comida. O al menos que laburo de guardaparque en la Patagonia o adivino la suerte con una cotorrita encantadora en Plaza Once. Pero no, me pareció muy pelotudo, solo atiné a decirle con la timidez que me caracterizó toda la vida:

-Trabajo en un hospital, soy psicólogo.
-Mi mujer estudió igual que vos, a ella le gusta mucho leer libros -dijo.
-¿Qué hace tu mujer?
-Es enfermera.
-Si los ves al Laucha o al Cholo mandales saludos.
-El Laucha era cana y lo mataron, el Cholo está en Neuquén, trabaja en una inmobiliaria, a veces viene por acá.
-Chau Carlitos, se me va el micro de las ocho y veinte.

16 mar 2011

Firme junto al pueblo

Este es el camino, dice mi amigo, ayer aguerrido militante que supo de canas y picanas, hoy un pacífico pelado, panzón y miope, pero con un corazón rebosante de afectos.

Es como aquel programa de Blaquie, ¿te acordás?, Volver a vivir -se entusiasma-, volver a ver la plaza llena de pendejos, volver a sentir orgullo de la historia. Nos echaron mil veces, nos llamaron infiltrados, nos persiguieron, nos mataron como a ratas. ¿Y por qué? Por pretender soñar una Argentina socialista. Claro, por la vía de las armas, es cierto, eso jamás nos lo van a perdonar, dice con ostentosa picardía. Pero acá estamos, ¡firme junto al pueblo!

Mi amigo, que mira el mundo a través de unos grandes lentes culo de botella, siempre termina así sus destemplados monólogos, arriba, abajo, al centro y adentro, el fondo blanco y el golpecito del vaso, ¡toc!, en la fórmica gastada de los bares viejos donde nos gusta encontrarnos, siempre con la mediación de un cachado pingüino de un litro de vino de la casa y media docena de empanadas recalentadas. Algo que podría traducirse como "esto es lo que digo y punto", y una risotada franca que brilla en sus ojitos que casi ya no ven. Igual que cuando se reía a los veinte años y andaba a las apurones por la vida.

Firme junto al pueblo, ¿pero sabés una cosa?, yo soy kirchnerista, al pejota me lo paso por las pelotas, dice mientras muerde la segunda empanada y llueven sobre la mesa un montón de miguitas que no estoy seguro si alcanza a ver o simplemente no le importa. Si la política no sirve para llegar al poder y transformar la realidad, ¿para qué mierda sirve?, redondea mirando hacia el techo y cerrando los ojos, así, en un silencio angosto, con todas las palabras colgadas de un hilito, como si la entera pesadez del Universo reposara por un segundo en su cabeza calva.

Pará macho, le digo llenándole el vaso, no te arrebatés, una cosa son los sentimientos de un momento y otras las convicciones de una vida, le digo no muy seguro que sea cierto, barriendo disimuladamente con el filo de la mano el enchastre de miguitas sobre la fórmica color marfil.

¡Convicciones las pelotas!, me contesta limpiándose la barba con uno de los papeles grises que hay enrollados en un vaso, nunca nos quisieron ahí adentro hermano, nunca nos aceptaron, nunca nos bancaron, a la primera de cambio te cuelgan el cartel de "montonero" y el paso siguiente es caratularte de "terrorista" antes de subirte a los empujones a la hoguera. Que se metan el pejota en el medio del culo, como dijo el compañero Reutemann. Yo estoy como Borges, hermano, veo manchas amarillas y dentro de poco voy a tener que usar bastón blanco, pero eso sí, la tengo bien clara: al pejota me lo paso bien por el forro de las pelotas, yo soy kirchnerista, francotirador independiente, peronista no encuadrado, cristinista, si les gusta bien y si no también, firme junto al pueblo, ¡toc!

Al menos te van a dar el asiento en el colectivo, Juana de Arco -lo gasto, llenando de vuelta los vasos-. Nunca se me hizo tan claro que el humor es el atajo perfecto para escapar de la angustia, un dique para el dolor intruso que nos inunda de golpe.

Lo único que espero de la vida son cuatro añitos más de Cristina, hermano, después me puedo quedar del todo ciego o irme tranquilo a jugar al truco con Néstor y los muchachos en la unidad básica de arriba, ¡toc!

Firme junto al pueblo, dijimos, esta vez, los dos. Y chocamos los vasos de vidrio berreta del viejo bar del Once, gruesos como los lentes de mi amigo, frágiles como un sueño que hay que proteger.

Marzo 2011

5 mar 2011

El milagro de la vida

El milagro de la vida

Tengo un amigo puto, una hermana evangelista, un hijo experto en seguridad informática y un gato callejero, áspero y pulguiento. Tengo dos matrimonios fallidos, cinco o seis parejas fracasadas y una novia adorable. Tengo una fe inquebrantable en la evolución humana, creo que algún día llegará definitivamente el socialismo, pero el socialismo posta, nada de reformitas truchas al decrépito capitalismo. Alguna vez el hombre dejará de ser un lobo para el hombre. Tengo un mate uruguayo de madera tallada que es mi tesoro, el recuerdo de un padre obrero, maestro de pala, que jamás leyó un libro pero que se sentaba al alba bajo una parra para ver amanecer, un ratito antes de irse a la panadería. Tengo las orejas llenas de estrepitosos redoblantes y los ojos vaciados de lágrimas por los compañeros -los que comparten el pan-, los compañeros que no dieron ni regalaron la vida, se la arrebataron.

Tengo un limonero acorralado en una maceta grande que cuido como si fuera el árbol de la vida, y cada primavera, inexorablemente, me regala puñaditos de azahares. Tengo un frasco lleno de forros de todo tipo, textura, color y sabor, pero cuando llega ella y el aire se inunda de estrellitas de colores nos pasamos las horas tomando mate o comiendo pizza recalentada, hablando de política y guerras lejanas y gozamos saboreando las palabras que nos gustan como lapislázuli, ámbar cristalino o azul de metileno. Los narradores se sirven de las palabras, los poetas sirven a las palabras.

Lloro como un maricón cuando algo me emociona, desde la voz de Evita digitalizada a la muerte de un niño en Palestina o Berazategui. Tengo el alma curtida de tantos desamores y las manos inquietas por el pucho que, mierda, jamás pude dejar. Todavía me duelen como puñales los pío-pío de los pichones de gorriones caídos del nido que matábamos a palazos a los siete años. Todavía siento humillación y vergüenza por haberme copiado en aquel exámen de literatura y me descubrió el profe, el que más respetaba, el que más admiraba, el que más quería. Enseñaba con Cortázar en mano a escapar de gerundios y lugares comunes como de la desgracia. Siento dolor de alma de haberlo traicionado, querido, queridísimo profesor, trate de perdonarme, aunque hayan pasado cuarenta y cinco años y usted esté ya muerto.

Todavía sufro por las lágrimas de aquella chica que dejé a los veinte años. La dejé por otra que al final me dejó. Todo se paga, es el karma, me miento, para justificarme y aliviar la pena. Fui un desalmado con la pobrecita. Todavía recuerdo aquel pulóver peruano que tanto quería y perdí en Ezeiza entre balas peronistas de derecha. Si no hubiera ido me hubiese ahorrado la pérdida. Tal vez, quién sabe, valía más la pena ese pulóver. No lo sé.

Tengo una lista kilométrica de todas las cosas que no hice y otra más larga todavía de las que hice mal. Me río hasta el hartazgo de los satisfechos consigo mismos que juran y rejuran que de volver a nacer harían exactamente lo mismo. Creo que lo dicen para no enfrentarse con la angustia de haber vivido para el orto. Quizás no soportan la idea que la vida pudo haber sido muy distinta con solo un poco más de amor y menos egoísmo.

A veces pienso en la muerte, no me banco la idea de toda una eternidad sin su piel de magnolia, sin sus ojos verdecitos, sin acariciarle el culo, no siempre con deseo sino a veces con ternura, sin olor a café recién molido, sin la gloria de abrir un libro nuevo, sin Mozart, sin Piazzolla, sin Pink Floyd, sin Internet, sin mollejas a punto, sin los cuentos de Borges, sin pizza de Guerrín, sin ensalada de pepinos con hojitas de albahaca, sin el rezongo de un bandoneón, sin Buenos Aires, sin un Malbec con los amigos, sin dulce de higos y zapallo en almíbar como hacía mamá, sin olor a pan caliente, sin una copita de caña de naranja un domingo tristón y lluvioso de junio sin fútbol a las seis de la tarde, sin un gato que duerma ovillado a mis pies mientras escribo o navego en Internet y conoce mejor que mi analista mis penas y alegrías.

Lo que no puedo evitar es la culpa. Años de terapia no han logrado un alivio a la neurosis. Hasta de haber ganado la carrera con los otros espermatozoides me siento culpable, y no es joda, cuando estoy muy, pero muy depre, pienso que algún rezagado hubiera hecho las cosas mejor que yo.

Pero a pesar de todo dejar de vivir, ¡ay!, toda una eternidad sin mujeres, sin amigos, sin gatos, sin libros, sin tango, sin vino, será francamente intolerable. Lástima no creer en la berretada de dios, que como decía Don Ata, almuerza en la casa del patrón. Lástima no creer ni un tantito así en otra vida ni en ese burdo atentado a la razón llamado reencarnación. Una verdadera lástima. Será que nací bajo la luz de Virgo y no negocio ni a palos con el pensamiento mágico.

Ví el cadáver de Julio Troxler en una callecita de Barracas, asesinado por la Triple A, tenía un traje impecable y zapatos nuevos. Era un día perfecto, repleto de sol y el aire olía a chocolate de la fábrica El Aguila, ahí nomás. Nunca la muerte me pareció más injusta ni tan impertinente. Ví morir a un albañil sin almorzar, caído de un andamio, como en aquel poema de César Vallejo. Una vez una bala se incrustó en el arbol que nos protegía, junto a mi hermano en Chivilcoy, a la altura de la cabeza, era un paraíso joven. Ese día supe que el miedo huele a una mezcla de sudor y mal aliento y que tener huevos no es no tener miedo, sino seguir a pesar del miedo. Después de muchos años volví a ver el árbol: se había tragado el proyectil y tenía una corteza rozagante, como diciendo acá no pasó nada viejo. Solo yo sabía que enterrado en el corazón de la madera dormía el plomo que pudo arrebatarme el don prodigioso de la vida. No sé por qué lo único que se me ocurrió decirme, justo yo que soy ateo, fue "milagro".

Ví morir a mi vieja a los ochenta y cuatro años con demencia senil, no pudo superar la muerte de papá, unos años antes. Ignoraba que lo amaba tanto que fue capaz de enloquecer de amor.

Si pudiera volver hacia atrás lo único, pero lo único-único, que no cambiaría sería este desmedido, apasionado, extravagante, inextinguible deseo de vivir. Después de todo la vida es un milagro.

1º de septiembre 2011

4 feb 2011

Harto de ortos

¿No les molesta? ¿No les cansa? ¿No les desagrada? ¿No les empalaga? ¿No les satura? ¿No les repugna? ¿No les abruma? ¿No les fastidia? ¿No les empacha? ¿No les agobia? ¿No les incomoda? ¿No les aburre? ¿No les hastía? ¿No les indigna? ¿No les avergüenza?

Harto de ortos.

En la televisión. En Internet. En las revistas. En los diarios. En la publicidad. En las pasarelas. En las salas de espera. En las discotecas. En las bailantas. En los consultorios. En los hospitales. En las oficinas. En el supermercado. En las calles. En la playa. En los hoteles. En el gimnasio. En las cocinas. En las conversaciones. En las divagaciones. En las imaginaciones. En las murmuraciones. En los delirios.

Harto de ortos.

Deseados. Idealizados. Promocionados. Tasados. Comerciados. Presupuestados. Negociados. Vendidos. Revendidos. Valorizados. Desvalorizados. Retaceados. Franquiciados. Consignados. Mercantilizados. Subastados. Traficados. Rifados. Obsequiados. Cosificados. Enajenados. Degradados. Plastificados. Explotados. Rematados.

Harto de ortos.

Quisiera verte el alma, mujer, solo muestras el culo.