27 jun 2011

El fútbol duele

Como en el cuento El orgullo de ser calamar de Eduardo Sacheri el pibe estaba ahí. A las seis y cuarto de la tarde. Sentado solito en el mármol de un umbral de una casa vieja, tan frío como su alma, con la camiseta de River. Tantas veces he visto esa mirada. Ese fijarse en un punto en el espacio que no está más allá ni más acá, sino exactamente en el corazón de un dolor irremediable. Un dolor, como diría César Vallejo, al que le falta espalda para anochecer tanto como le sobra pecho para amanecer. Un dolor que duele solamente. Voy con mi docena de churros calentitos para el mate y las palabras, para hablar con mi cuñado, saludar a los vecinos bosteros y cagarnos de risa, atender el teléfono y escuchar los chistes pelotudos de los amigos, todos bosteros, los novísimos ¿sabés como le dicen ahora a las gallinas? y todas las gracias y todas las desgracias. Pude haberle dicho al pasar, pibe, es solo un juego. Pude decirle como quien se compadece, no te preocupés, van a volver. Pude sentarme a su lado y compartir un ratito el silencio, como Job el bíblico, después de siete años de penurias. Pude quizás darle un abrazo. Pero no. Ni lo conozco al pibe, no sé si es del barrio y aparte me voy a preocupar, quién carajo soy yo, ¿la madre Teresa de Calcuta? A ver si me toma por un trolo. A ver si me tengo que andar metiendo en lo que no me importa ni es tan importante. Después de todo Borges decía que el fútbol son once jugadores corriendo contra otros once atrás de una pelota. Al final si fuera al revés ellos se estarían cagando de risa y nos estarían gastando. Que se jodan las gallinas, me dije. O me escuché que dije. Me voy a comer unos ricos churros y ver en la tele como estos malos perdedores están destruyendo su propio estadio, me repetí dos veces, para convencerme de lo que no estaba convencido. Son las doce de la noche ahora. No me puedo sacar de la cabeza esa mirada. Los churros que me tocaban todavía siguen ahí. Borges, el maestro de laberintos, eternidades y espejos, no pudo entenderlo, el fútbol duele.